viernes, 26 de septiembre de 2008

camarero 1

La luz dorada del otoño, el recién estrenado frío, el ruido de las pisadas sobre las hojas secas... no eran más que los bostezos de la ciudad. Madrid se despereza y ella camina deprisa. Son las 8:45, tiene el tiempo justo para el segundo café del día.

Aquella mañana no quería conversación, y ese es uno de los motivos por los que siempre entra en el mismo bar, porque si quiere conversación el camarero le habla, si está triste le añade un extra shot de café, pero hoy... no quiere hablar.

-Tu cafecito, guapa.
-Vale. Gracias.

Eso es todo, eso basta. Y es que de la misma forma que "la palabra" puede ser un consuelo blando, mullido, también puede atravesarte de lado a lado y dejar a su paso un olor a carne quemada y a pólvora.

Si que iba a ser cierto que son "malos tiempos para la lírica", como le dijo hace poco un amigo, si, muy malos tiempos. Las palabras se han transformado en cuchillas afiladas, que al agitarse sobre su cabeza la deslumbran con su brillo metálico. Sus queridas palabras la han herido y hoy solo cabe el silencio y un poco de cafeína.

Pero volviendo al camarero, al amigo sin nombre que sabe tanto de su profesión, tan abierto y cordial, tan discreto... Un día, él le dijo que desde niño veraneaba al sur de Galicia, aquel día a ella se le escapó una lagrimita.

1 comentario:

LU dijo...

Palabras no dichas o silencios que lo dicen todo.
Ay esos camareros que nada más entrar ya nos ponen nuestro café deseado en la mesa y lo acompañan con una sonrisa!