sábado, 27 de septiembre de 2008

camarero 1-bis

Sobre la mesa le espera una nota: "papá, necesito 20 euros", sin un buenos días, sin un por favor, un hola o un gracias. Su hija se había hecho mayor, se alejaba de él... qué lejos quedaban los tan mitificados lazos de unión padre-hija. Se puso el abrigo y dejó el billete de 20 sobre la nota; se le habían quitado las ganas de desayunar, se tomaría el café en el bar.

Ese día no cogió el metro, tres paradas no eran nada. Incluso se desvió dando un rodeo. Pasó frente al edificio que tanto le gustaba, aquel en el que vendían un ático que imaginaba maravilloso. Si se daba prisa podría tomarse un café enfrente. Un anciano que llevaba un paquete de una pastelería estaba levantando la reja de su bar, se ofreció ayudarle.

-Buenos días joven -le dijo. y el anciano sonrió.
-Gracias -, después desconectó la alarma y encendió las luces- ¿qué va a ser?
-Un café con leche largo de café, en vaso y con leche templada. Me lo tomaré en la barra.
-Tardará unos cinco minutos, la máquina aún está fría.
-Lo sé. Yo también tengo un bar... -su ojos concentrados en las manecillas del reloj, sobre la cabeza albina del hombre. 

El día antes le había dicho a la gallega, que desde niño veraneaba al sur de Galicia, concretamente en Bayona. No sabía muy bien que pensar de aquella chica que aparecía cada dos o tres mañana con su aire cargado de sal y de morrinha. eso a veces le llenaba de felicidad y otras de un odio inexplicable. Lo que no le dijo es que ya hacía tres años que no iba a Galicia, que su mujer le había abandonado y que ahora vivía con un constructor de barcos. 

Tal vez si por un instante pudieran intercambiar su roles, si ella le sirviera un café y él esperase con cara de adicto. Entonces sí. "Desde niño veraneo al sur de Galicia... pero ahora ya no... Mi mujer me abandonó... ... son cosas que pasan." Y ella le miraría con los ojos tristes capaces de entenderlo todo. Y atravesaría la barra y le abrazaría y él podría llorar en su hombro. La escena se había desdibujado, un camarero no consuela a los clientes con abrazos; sus armas son la palabra y con suerte, las sonrisas.

-Me gusta mucho ese edificio -dijo mirando al otro lado de la calle-. ¿No sabrá cuando quieren por ese ático?
-Ni idea. Antes todos los días media docena de personas preguntaban por él. Ahora, sin embargo ya hace casi un mes que nadie viene por aquí...
-La crisis.
El anciano le dio la espalda y se puso a hacer el café. Los dos guardaron silencio.

2 comentarios:

La Hechicera Pichuca dijo...

Creo que todos llevamos un poco de ese camarero dentro. Por eso no le das nombre, ¿verdad?
Todos anhelamos algunos pasajes de nuestro pasado y cuando nos sentimos tristes, sin rumbo, cualquier tiempo pasado nos parece mejor...
Por favor, que se enamore, que se vuelva loco de amor, que sienta de nuevo que hay vida despúes del primer café que puso en el bar.

LU dijo...

Los sonidos de la máquina de café.
¿Qué nos aporta la escucha atenta y supuestamente comprensiva de un desconocido? Por qué parece tan sencillo?