Festivos soleados. Desconexión asegurada. Tranquilidad,
mañanas sin madrugones, esto es vida. Y así llega el viernes. Empanada de
zamburiñas, y de segundo zorza, deliciosas. Un café con hielo en una terraza.
Una pequeña siesta me vendrá bien. Abro la puerta de casa y todo lo invade un
sonido penetrante. ¿Qué es eso? La nevera se ha vuelto loca. La pantalla
indicadora de la temperatura parpadea a ritmo frenético. Y ese ruido, ese maldito martilleo.... Suelto
el bolso en dirección a la silla del salón, y allá voy. Arrastrarla hasta
lograr el espacio suficiente para introducir mi brazo y desenchufar el
diabólico aparato. Bendito silencio.
No, no hubo siesta. Unos minutos para cerciorarme de que el
truco del reinicio no funcionaba, y tomar medidas de emergencia. O como
sobrevivir al deshielo de un congelador en huelga. Lo primero es poner a salvo
los alimentos, y para eso siempre están las madres (y los combis maternos).
Ya de noche, y antes de acostarme, una que es tozuda, lo
vuelvo a intentar. Y sí, esta vez parece que arranca. Victoriosa me acuesto, y
entre pesadillas resuena la cantinela de la avería. Falsa alarma, ya es de día
y no se escuchan ruidos amenazantes desde la cocina. Sorpresa: ice age. La
leche dentro de la nevera se ha solidificado....
Sábado, tiendas abiertas. De ruta por los pasillos
expositores de blancos y plateados frigoríficos relucientes. Parece que sólo
hay una dependiente en esta sección (crisis = te esperas que no vamos a poner
más personal, y lo sabes). Sonrisa amable, ahora te atiendo. Toma de contacto:
pasando revista por medidas, no frost, A+ o A+++ (cuanto más +, más dinerín).
Empiezo a aburrirme e impacientarme. Yo sólo quiero una nevera, pago y que me
la lleven. Ésa era la idea.... Me he despistado y ya está con otra cliente. ¿Se
me habrá colado? Carezco de pruebas para quejarme y exigir justicia. Sigo
deambulando y miro el reloj cada 30 segundos. La puñetera pesada no se cansa de
interrogar a la chica, y lo suyo no es tomar decisiones rápidas. Ya con el
papeleo, yo pegada cual un imán, me entero de que parte del cargamento va a ser
una reserva porque no lo tiene claro, y más cuestiones que se le ocurren sobre
la marcha... Me apoyo sobre un pie, sobre otro, seguro que mi cara empieza a
desencajarse... Pero yo de aquí no me muevo, invadiendo el espacio, nada de
distancia mínima de cortesía... Un matrimonio se ha marchado a la zona de los
televisores, hartos ya de esperar....
Al fin. En 5 minutos elijo, una de oferta, con una marca
conocida (y un servicio técnico que suele responder). A la porra con el mega
ahorro energético (más de 200 euros de diferencia). Sí, la abono en tienda. Me
informa de los gastos del desplazamiento (la dejarán instalada y retiran el
trasto viejo). Y ¿cuándo me la pueden llevar? La quiero cuanto antes. El lunes
imposible... únicamente si pago más, y ya paso a ser “de luxe”. Me toca las
narices (me imagino al pobre esclavo cargando a peso semejante monstruo porque
ya no hay hueco en la fragoneta). El martes por la tarde, llamarán una hora
antes... ¿Y una garantía extra por 5 años? Que no, que soy optimista, y me
quiero marchar.
En la caja, otra sonrisa encantadora, me reiteran lo de la
garantía de 5 años, y ya quedo de cutre, me da igual, que no y no, que si
pienso que se me va a estropear no me la compro. “Gracias y hasta la próxima.”
Nooooooo....
FIN
Martes 7 de abril de 2015, ya está aquí.