lunes, 18 de agosto de 2008

Mujer ante el espejo

Hacía mucho tiempo que le costaba reconocerse, se miraba en el espejo y sólo recibía la imagen de una una mujer de cara curiosa y extrañada. Pero sabía que estaba en el lugar correcto: la llave de la casa entraba correctamente, la ropa era de su talla, el perro no ladraba y el gato la seguía ronroneando: aquel era su lugar.

También contestaba al teléfono y mágicamente mantenía conversaciones con todas las voces que le llegaban del otro lado: el trabajo bien, hace calor, sí... como mucho, nos vemos... Y mientras hablaba no dejaba de pensar en posponer cualquier encuentro, un nombre cariñoso no es suficiente para enfrentarse al mundo. Lo cierto es que existía, que había sido alguien y que por algún motivo su identidad estaba dividida. Tal vez bajo la alfombra, detrás de la puerta, o encerrada en una cajita hubiera alguna pista. Su rutina era buscarse.

-¡Hola perrito!... ¡ei!... te veo, tú tambien estás aquí -, y el gato se subía a sus rodillas.

En la casa, un puñado de ropa y de libros. Una foto de una casa de piedra junto a un portal rojo. Un perfume seco como un buen amontillado, una cristalería, dos platos, una caja de vino, una pluma, una libreta, y un espejo. Todo era como si hubiera ido hasta allí de forma provisional... pero, ¿por qué? Echaba de menos el hecho de echar de menos. Algo. Alguien. No parecían faltarle nada ni nadie. Y en la soledad abría una botella de vino y se llevaba las manos al vientre y nada de nada y una vieja canción de Elliot Smith "Everything means nothing to me" dando vueltas una y otra vez en su cabeza. Sin embargo no le costaba fingir, simular una normalidad inexistente y de la misma forma en que llegaba siempre a casa, también encontraba el camino para ir a donde quiera que fuese: la farmacia, el banco, la estación o el supermercado. 

Y llegó el día en que todo cambió. El gato la esperaba panza arriba, el perro ronroneaba y al verse al espejo descubrió una cicatriz en la barbilla; marca inquietante por lo evidente, porque estaba allí y ella no la había visto antes. Y le gustó su textura y supo que aquello era lo más real que tenía, que se abrían nuevos tiempos y que debía dejarse llevar en manos del tiempo. Y la mujer lloró asustada porque el mundo se abría para ella.

-Es una niña! -dijo alguien sujetándola por los pies. Después, el tacto suave de una toalla y un abrazo.




No hay comentarios: